Casi dos años después de que se identificara la primera muerte por COVID-19, la pandemia continúa desafiando a las familias de todo el mundo: muchas están perdiendo a sus seres queridos, experimentando interrupciones en los servicios de atención y salud vitales y enfrentan una gran inseguridad económica. Si bien la evidencia disponible indica que el impacto directo de la COVID-19 en la mortalidad infantil y adolescente es limitado,1 los efectos indirectos de la pandemia en la mortalidad (resultantes de sistemas de salud sobrecargados, interrupciones en la búsqueda de atención e intervenciones preventivas como la vacunación y la nutrición), la pérdida de ingresos de los hogares, los confinamientos, el uso de mascarillas, el lavado de manos y el distanciamiento social aún no se comprenden bien. Esta falta de claridad es particularmente grave en muchos países de ingresos bajos y medianos que no cuentan con sistemas de vigilancia y datos que funcionen bien.